Caminante soy, caminante de un camino compartido y a la vez
muy mío. Camino de interminables rezos y oscuros silencios.
Camino de ánimas y muertos en vida que mueren su ayer y
viven sus penas. Camino de culpas y lágrimas ácidas que mezcladas con la tierra
de los pasos crean rocas más pesadas que las penas. Camino de muchos motivos y
un solo destino, camino de muchos sentidos fluyendo por la misma cuenca
erosionada que me aprisiona y me exige seguirla, sólo la muerte o la vulgar
cobardía permiten claudicar.
Cada nuevo paso es más pesado que el que ha quedo olvidado
atrás, tal vez por las llagas o por la fatiga, pasos que siento como un látigo
macerando mis penas, desgarrando mi carne; otro paso más y la ropa me roza, me
irrita, mi piel sede y se infecta, supura, castiga, pasos que son mi pasaje a
la expiación. Me acurruco bajo el muro de la montaña a lamer mis heridas, a
llorar como un crio desamparado, a lamentar la ausencia, a gritar ¡me duele!
Al inicio de este viaje la esperanza y yo éramos uno, pero
hoy su sombra y amparo me han abandono, o tal vez sus pasos son más largos o quizá
quiere que sienta su ausencia, se asegura de ser tan necesaria como el agua que
ya empieza a escasear. La siento muy lejana y empiezo a maldecir, la extraño,
necesito su cobijo, su abrazo.
En este oscuro instante, con el rostro por el polvo pintado,
me hinco y dirigiendo mi borrosa mirada al firmamento imploro por una luz que
cual faro me guie por el camino del perdón.
Caminante soy, caminante de un camino compartido y la vez
muy mío.
Peregrino soy, peregrino de un camino de muchos motivos y un
solo destino: Talpa.
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