El Cerro de las Comadres


Lo más seguro es que fueron peregrinos los que empezaron a contar esta historia. ¿Hace cuánto? Quien sabe tú, pero unos dicen una cosa y otros otra, lo cierto es que lo mejor es caminar con gusto y sin renegar, para que no se queden como las mentadas comadres.
Cuentan que un día, de esos de semana santa, iba doña Dolores rumbo a Talpa, a pagar una manda, apenas podía caminar, pues le pesaba la enorme humanidad y por si fuera poco, cargaba una gran valija como si se fuera a quedar un mes con la virgen y además se le había reventado uno de sus huaraches. El calor, el sudor y el polvo habían dibujado un collar alrededor de su cuello, ¡Y además, olía a leche rancia! Con mucha dificultad se movía entre las piedras en forma de bola que hay por esos lugares, cuando se paraba a descansar uno podía confundir a la señora con una de esas piedras.
Pues precisamente estaba descansando recargada, desparramada, cuando por la vereda aparece su comadre Carlota, pobre mujer, venía a punto de sacar los bofes, sentía que le faltaba el aire, pero no dejaba su cigarro, un “Farito”. Entre que se caía y no, no dejaba de quejarse de lo pedregoso y polvoriento del camino. Ella venia de pagar su manda a la virgencita.
– ¡Ah caramba! ¡Comadre, todo pensé, menos encontrármela por acá en este cochino cerro! –Exclamo Carlota abriendo los brazos intentando abarcarla.
– ¡Comadrita, estoy a punto de llorar, ya no aguanto!– Le respondió Dolores, al tiempo que señalaba su pie, – ¡mire, hasta mi huarache se rompió!
–Pos, ¿qué hace por acá comadre? ¡Mírese, toda ceniza, y con esa maletota! ¿A dónde va?
–Voy a Talpa comadre, a pagar mi manda, se acuerda que le platique, la Chaparrita me hizo el milagro, su compadre ya me cumple. ¿Y usted comadre, pa dónde va?
– ¡No voy, vengo! Pos fui a Talpa a ver a la virgen pa ver si mi viejo ya deja la tomadera, pero ya voy pa tras, bien arrepentida, ni se lo agradecen a una, y luego todo bien caro, que si el agua, que si los méndigos tacos, la limosna ¡No puede ser!



– ¡Ave María Purísima! ¡No diga eso comadre! –Le dijo Dolores al momento que se persignaba. –Apenas que le iba a pedir que me acompañara, que tal si me muero en el camino.
– ¡Ni lo piense comadrita! Ni loca me regreso, yo aquí la espero si quiere, pero yo no regreso por ese méndigo camino, tá muy feo, pedregoso, polvoriento y puro de bajada. ¡Ya no aguanto mis chamorros!
– ¡Ándele comadre, no sea mala, pa que me ayude con mi valija!
– ¡Ni loca! –Le decía Carlota al momento que prendía otro Farito y se recargaba en una piedra para agarrar aire, pues todavía no se reponía. –Prefiero quemarme en el infierno.
– ¡Tiene la boca llena de su razón comadre! De todas maneras ni se lo agradece a una la virgencita. ¿O cómo ve comadrita?
De repente, el viento comenzó a soplar muy fuerte, el sol desapareció tras las nubes negras como de tormenta, estruendosos relámpagos se escucharon, se oía como si cayeran piedras, los peregrinos que caminaban por allí no podían sostenerse en pie, pues no dejaba de moverse la tierra y la niebla era tan densa que no se podía ver. Cuando todo se calmó, el sol iluminó el camino nuevamente, los que se cayeron empezaron a levantarse, confundidos, volteando a su alrededor, pues algo en el paisaje había cambiado y todavía no sabían que era.
Al quedar todo bien clarito, solo vieron la maleta que traía una de las mujeres que se quejaba, junto a dos gigantescas piedras, una apunta hacia el norte y la otra al sur. Los fieles peregrinos las llamaron “las comadres”, y aseguran que son aquellas mujeres que estuvieron renegando.

Para romper el hechizo, se dice que alguien de buen corazón, tiene que llevar esas enormes piedras rodando hasta Talpa, pero con muchísimo cuidado, porque si se llegan a romper, estas pasaran la eternidad en esa forma.


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