Allá por el año de 1930, un año después de que el gobierno y
la iglesia arreglaron sus diferencias, el día 10 de abril, salió de Tomatlán la
peregrinación que cada año tomaba camino rumbo a Talpa, querían llegar el
sábado 19. Hacían diez días caminando por la sierra, tenían que abrir vereda
cada año.
Venían como diez peregrinos, entre ellos una mujer mayor que
casi no hablaba, poco sabían de ella, ni su nombre, pues no era de por allí, sabrá
Dios de donde venía; dicen que llego por esos lares con su marido y 10 hijos,
todos varones; también se decía que había quedado viuda, que su difunto marido había
trabajado para las minas de Cuale, llevaba y traía materiales a la mina y pues
murió en un accidente, al parecer se desbarranco con todo y las 10 mulas que
llevaba, allí también murió su hijo mayor que le ayudaba a su padre, también
cuentan que tres de sus hijos se unieron al grupo de cristeros comandado por el
General Luis Ibarra y nunca más supo de ellos, otro de ellos jaló con los
federales del 19 regimiento de caballería apostado en las afueras de Talpa, y
en un enfrentamiento con el bando de sus hermanos allá por la Hacienda de Cabos
se lo echaron, junto con el Subteniente Mondragón; otros dos pequeños murieron
chicos, uno de viruela y otro de sarampión; al año que quedo viuda murió otro
más que también trabaja en la mina, ese quedo atrapado bajo mucho escombro;
otro del que nunca quería acordarse, porque murió por borracho, se ahogó en su
propio vómito y pues el más chico, dicen que se afectó de la cabeza cuando se
enteró lo que le pasó a su padre y se quedó ido; luego se le murió, nomás un
día no lo hallaron, hasta que solito flotó en el río.
La mujer, que había sido buena católica lloró 10 años su
mala suerte y renegaba de Dios. Un día, recordó lo milagrosa que era la
virgencita de Talpa, y aprovechando que ya no había tanto rebelde por los
caminos decidió unirse a la peregrinación. Ella ya había ido a Talpa antes de
sus desgracias, diez veces para ser preciso.
Y así, con morral al hombro y un bule con agua empezó a
caminar al paso de todos, nunca se quedó atrás.
Así, después de 10 días llegaron a Talpa. Con el fervor de
todo peregrino. Sin descansar ni un minuto se dirigió al santuario, fue tal su
asombro al ver a la “Chaparrita” que en ese momento le prometió que le llevaría
por 10 años todo lo llegara a juntar en monedas de 10 centavos de esos de
plata, que en ese tiempo era muy difícil encontrarlos, la verdad era difícil
encontrar cualquier moneda, el país estaba apenas en recuperación.
Mientras estuvieron en Talpa, tres días cuenta la gente,
durmió en un portal por la calle principal, a suelo raso, sólo cubierta por el
reboso que traía, y retirada del grupo con el que viajó. Las noches eran muy frías
todavía; para cuando la peregrinación iniciaba su regreso, la señora iba mal,
con mucha tos, que en momentos se le iba el aliento. Dicen que ya casi llegando
al El Pozo ya escupía sangre, y más adelante cuando cruzaron por El Apisagua se
mojó los pies calientes y pues empeoró la cosa, pero como no se arrimaba con
nadie, sólo la oían.
Llegaron a Tomatlán, la mujer que ardía en calentura se fue
a su casa y se metió en la cama. Nadie se imaginaba lo que pasaba allí, porque
estaba en las orillas del pueblo.
Diez días duró la agonía de la pobre mujer, y murió, sola.
Dicen que en su mano traía un rosario y diez monedas de 10 centavos de plata ya
ennegrecida.
Como no pudo cumplir con su promesa, dice la gente que la
mujer se aparecía en las calles de Tomatlán, vestida de blanco, ocultando su
rostro con un velo blanco, largo, hasta el piso, arrastrando una cadena con un
crucifijo, con el tocaba a las puertas que no tenían una cruz de palma bendita
y pedía un “diez”. Se decía que si se le negaba la implorada moneda, la gente moría
en 10 días. De igual manera a las que intentaban ver su macabro rostro.
Hasta que un día, “viejita del diez”, dejo de aparecer; fue
el día que ya no hubo más monedas de 10 centavos de plata.
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