Un 16 de marzo, en el barrio de Santa María, allá en
Tlaquepaque, de donde yo soy, —me contó un peregrino que traía unas gardenias
en sus temblorosas manos y que todavía tenía los ojos hinchados de tanto
llorar—, ya por la tarde, cuando íbamos a casa después de trabajar, nos
detuvimos mi compadre y yo con la bolita que se junta en las gradas de la
crucecita vieja a platicar de fútbol y a admirar a las chamaconas, y pos
estando allí extrañados vimos a una dama delgada, que vestía de negro, con
ropas raras, como pasadas de moda, que camina hacia nosotros por la calle
Degollado, con un pasito muy coqueto, y nomás de repente, ¡pazzz! que se da la
vuelta y se desaparece, creo que entre las matas del baldío de enfrente.
Por esas horas, ya las familias que se iban ir a Talpa,
entre ellas la de mi compadre y la mía, se estaban alistando, ya teníamos todo
listo, hasta los tres camiones que rentamos la raza del barrio para los que
iban a ir a la peregrinación que hacemos todos los años. Yo no pude ir ese año,
no completamos pal pasaje, pero me alcanzó para mi jefa, mi vieja y mi
chiquilla.
Y pos yo me quede allí un rato en las gradas con los amigos.
Estábamos platicando de la dama que habíamos visto, si nos sacó de onda, yo me
quede inquieto, como nervioso y asustado, y pensaba: ¿por qué se metería en al
baldío esa dama? si se veía muy fina, y hasta medio guapa, bueno de lejos se le
veían bien formadas sus caderas.
Ya, al otro día, me levante para acompañar a mis mujeres al
camión, yo le decía a mi chamaca que me trajera chicle de Talpa, que no le hace
que huela feo, nomás se reía, dejando ver la ventana entre sus dientes, le
faltaban dos, y mi mujer decía que no quería dejarme solo, porque sabía que no
le iba a regar sus plantas, que no iba a comer y que de seguro me iba ir con mi
compadre a tomar, pero que le iba a pedir mucho a la virgencita por mí, la
verdad, se me llenaron los ojos de lágrimas, pero me agache para que no me
viera, mi jefa si se dio cuenta y me habló para darme su bendición y me dijo
que me traería una botella de rompope. Y pos ya, los camiones se fueron como
una hora tarde, así que me fui rápido a la chamba, el patrón ya estaba molesto
pero me dio chance.
Al otro día, después de la chamba, llegamos otra vez a las
graditas, y estábamos allí viendo a ver quién iba a invitar las chelas, cuando
otra vez vimos a la dama de negro, caminando por donde mismo, a mi si me dio
harto miedo y pos mejor me fui a la casa, no me sentía a gusto, le dije a mi
compadre que tenía que ir a regar las plantas de mi mujer. Más tarde, como a
las nueve le puse saldo a mi celular y le hable a mi vieja, ya estaban en el
hotel, ya no pude hablar con mi chimuela ni con mi jefa porque ya se habían
dormido, estaban bien cansadas, dijo mi vieja que todo el día caminaron, por el
mercado, por el malecón del río, por Cristo Rey y la capilla del Diablo y que
todavía volvieron a la iglesia porque mi madre quería llevar agua bendita para
santiguar la casa, y que al otro día tempranito iban a ir la misa de buen
viaje. Luego de encargarme que regara sus gardenias se despidió, y me dijo: te quiero
viejo, cuídate mucho.
Eran como las once del siguiente día, cuando mi compadre
llegó a buscarme a la chamba, iba temblando, no sabía que decir y como pudo se armó
de valor y me dijo que sólo regresaron dos de los camiones, que el otro se
había desbarrancado, pero que no sabían quienes habían fallecido todavía. Sentí
que me sacaban algo de adentro, sentía como si me apretaran el pecho, me salí
corriendo en busca de los camiones.
Para cuando llegue, había mucha gente en el lugar, unas
esperando alguna noticia, otras llorando desconsoladas porque ya empezaban a
llegar los cuerpos, fueron 18 en total.
Yo empecé a voltear para todos lados, parado en el mismo
lugar todo el tiempo, llego un momento que escuchaba todo como si tuviera la
cabeza metida en un bote y todo se movía en cámara lenta. Al fondo, casi de
tras de los dos camiones vi otra vez a la dama de negro, callada, tranquila,
nos veía a todos, como si nos estuviera contando, no había ninguna expresión un
su cara, entonces, volví a sentir aquel miedo, sólo que esta vez sí sabía
porque era, era por la misma muerte.
Sepulte a mis tres amores: mi hija, mi esposa y a mi madre.
La mujer de mi compadre y su bebe llegaron en el segundo
camión. Los tres me acompañaron todo el tiempo.
Dicen que miraron a la mujer en el panteón, yo no la vi,
para que voy a mentir, pero ni falta que hacía, la vi tres veces y tres vidas
me quito. Luego la busque, pos pa que también se llevara mi vida, pero nunca la
encontré, “¡Oh muerte! ¡Cómo persigues al dichoso y rehúyes al desdichado!”.
Encontré consuelo en la Virgen de Talpa y cada año vengo,
pero este es especial, porque le traigo a la virgen algo que era de mi esposa:
sus gardenias.
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