Por Daniel Argil
Al norte del Estado de Jalisco, en el Municipio de Colotlán, hay una pequeña comunidad habitada principalmente por chichimecas: Santiago Tlatelolco, que fue fundada alrededor de 1546 con el permiso del virrey Luis de Velasco, quien envió al lugar 400 familias tlaxcaltecas con el fin de que poblaran el lugar y ayudaran a pacificar y conquistar a los indómitos chichimecas, en honor a estas familias se nombró el lugar Santiago Tlatelolco.
El 15 de mayo de 1799 este lugar fue testigo de un gran milagro y se contó así:
Ese día no era como cualquier otro, parecía más claro, corría la suave brisa, había algo diferente, porque ese día la Santísima Virgen del Rosario de Talpa extendió su manto protector hasta esa comunidad.
Se cuenta que una mujer indígena, de faldas largas y reboso, entró al pueblo por la calle principal. Nadie la conocía. Llevaba un bulto entre sus brazos, cubierto con una manta. Lo abrazaba con mucho celo, hasta parecía desconfiada, sobreprotectora y a la vez orgullosa de ser portadora de ese regalo.
Un poco tímida preguntó a una señora que pasaba: ¿Sabe usted, buena mujer, dónde puedo encontrar a las autoridades de este pueblo?
La señora se dio cuenta que esa mujer no era de por allí, e intrigada por su amabilidad contesto:
–El señor fiscal, don Eusebio Luciano, vive a un lado de la capilla.
La indígena, que parecía que llevaba prisa, llegó a la casa del fiscal. Llamó a la puerta, y al ser atendida por un caballero, preguntó:
– ¿Es usted la autoridad del pueblo?
–No señora, yo soy el fiscal. Don Esteban Vázquez es el gobernador. En total somos cinco los que conformamos el gobierno. –El hombre contestó.
La mujer rogó al fiscal que reuniera al gobernador, a las demás autoridades y a todo el pueblo, pues ella traía algo muy importante para ellos, algo muy hermoso.
El fiscal Eusebio le preguntó – ¿Pues, qué es eso tan importante mujer?
–No puedo decírselo. Mi misión es dárselo al pueblo, en presencia de sus autoridades. –Respondió la mujer.
Don Eusebio de momento dudó, pero había algo en ella que le inspiró confianza y, dirigiéndose a uno de sus peones, le dijo: – ¡Jacinto! avísale a don Esteban, a don Mariano, a Esteban Robles y a don Juan Tomás que vengan lo más pronto posible. Diles que nos llegó una visita muy importante, que nos quiere decir algo. De allí te vas con don Máximo, y le dices que digo yo que toque las campanas para todo el pueblo se reúna aquí, en mi casa.
El peón salió a cumplir la orden de su patrón, mientras la mujer era atendida por don Eusebio.
Intrigado el fiscal se preguntaba qué sería lo que traía esa mujer en ese bulto, por qué lo ocultaba y por qué no lo soltaba en ningún momento.
Las autoridades llegaron una a una al tiempo que las campanas comenzaron a repicar. Cuando hubo silencio, el fiscal hizo las debidas presentaciones. La mujer actuó como si fuera un representante diplomático, una embajadora, con mucho aplomo.
Una vez que todos estaban reunidos, la mujer habló así:
–Caballeros, disculpen mi atrevimiento, lo único que me trae a este pueblo es la misión de entregarles este regalo. –En ese instante la señora descubrió el bulto y continuó diciendo–: Es la imagen de Nuestra Señora del Rosario de Talpa.
El pueblo y autoridades cayeron de rodillas, por el asombro, el respeto y la fe. Versos y alabados se escucharon por un largo rato.
Cuando la gente guardó silencio, la mujer indígena siguió diciendo:
–Espero que desde hoy le tengan ferviente devoción y gran veneración, que ella les recompensará colmándoles de grandes bendiciones. Los cuidará a ustedes y a sus hijos y a los hijos de sus hijos. Les bendecirá en sus trabajos. Deberán de ponerla en un sitio digno en el templo, en un lugar especial.
El señor gobernador ordeno que todo el pueblo acompañara a “La Chaparrita” hasta el templo.
Los danzantes encabezaban la procesión. Las autoridades escoltaban a la Santísima Virgen mientras el pueblo rezaba el santo rosario. Llegaron al atrio después de dar la vuelta a la manzana. Allí en el templo de Santo Santiago le dieron la bienvenida con versos y algunos regalos.
–Bendito sea el día, bendita la hora en que tú has llegado, bendita señora –declamó un niño.
Los jóvenes también participaron:
–Bienvenida seas a esta tu casa. Bendice y protege la juventud que hoy te recibe llena de esperanza y te pide siempre bienestar y salud.
Un gozoso matrimonio la alababa cantando:
– ¡Oh! dulce patrona, ¡oh! dulce María, las familias gozan al verte llegar. Mantenlas unidas y siempre devotas, que el Rosario juntas aprendan orar.
–Una vejez digna, con paz y armonía, pedimos nosotros, ¡oh!, Señora mía. Hoy te recibimos llenos de alegría y a Dios damos gracias, ¡oh!, Virgen María –un anciano imploraba.
El maestro agradecía: – ¡Ah!, qué gran regalo nos mandó el Señor. Hoy la celebramos con mucho fervor.
Fue tanta la emoción que todos se olvidaron de la indígena. Cuando fueron a buscarla, para expresarle su agradecimiento, ya se había marchado. No supieron su nombre ni de donde había llegado.
Santiago Tlaltelolco ha seguido fielmente este mandamiento. Año con año, durante el primer lunes de octubre festejan la romería o como ellos la llaman: “La Llevada de la Virgen”. En la mañana se lleva a la virgen en procesión, durante el día el pueblo hace un día de campo con actividades deportivas, y por la noche, su tradicional castillo y baile.
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