El Cerro de la Guerra


Por Daniel Argil.

1928, años de guerra santa; lo cierto es que ya hacía años el país no tenía algún momento de paz; primero la revolución y después muchos bandoleros que sólo buscaban la oportunidad y la aventura.

Por ser un centro religioso, la plaza y los portales de Talpa estaban ocupados por fuerzas federales que hacían que respetaran las nuevas leyes impuestas por el presidente Plutarco Elías Calles, que prohibían el culto público; algunos soldados descansaban y otros patrullaban el pueblo; los talpenses estaban metidos en sus casas, el miedo no andaba en burro, y pues con justa razón, estos méndigos soldados no dejaban escapar una oportunidad para hacer de las suyas. Robaban para comer, para embriagarse, para conseguir agua y hasta calzones.

No se diga si por allí veían una dama, como estuviera, guapa, fea, joven o madura; por eso muchos pobladores optaron por sacar a sus mujeres del pueblo y refugiarlas en escondites en los cerros.

En ese año llegó a Talpa el XIX Regimiento de Caballería, venia de Tecolotlán, con órdenes de eliminar a un grupo de cristeros liderado por el general Luis Ibarra, también formaban parte de este valiente grupo los coroneles Martín Calderón y José Guadalupe Gómez.

Estos, que estaban escondidos en la sierra fueron avisados por gente Talpa con tiempo suficiente para planear un ataque.

La gente de Luis Ibarra conocía muy bien la sierra, así que no les fue difícil planear una gran emboscada.

El plan era el siguiente:

Un grupo de ellos buscaría a los federales para que los siguiera hacía “La Cumbre de los Arrastrados” y dirigirlos por el camino hasta lo más alto de la montaña, aprovecharían la neblina, no había buena visibilidad y ni siquiera parece una montaña.

Mientras tanto el resto de la tropa se apostaría a los lados del camino, entre las piedras, y al final, en la parte más alta. No tenían escapatoria, si no morían de los plomazos, lo iban a hacer al caer por el reliz.

Como a las 5 de la tarde del día 28 de Junio, todo estaba listo, la gente del pueblo de La Cumbre sabía lo que iba a pasar, así que unos se escondieron en sus casas y otros muchos huyeron al cerro.

El XIX Regimiento de Caballería bajo las órdenes del general Enrique Torres, más refuerzos de otros regimientos, llegaron a La Cumbre de Guadalupe y sin avisar comenzaron a prender fuego a las casas y tomaron como prisionero a un hombre de la familia Mata que andaba con los cristeros, pero que había regresado al pueblo para asegurarse de que su familia había huido; lo amenazaron de muerte si no les decía para donde se habían ido los rebeldes, “con gusto” les dijo a los pelones por donde se habían ido y de todas maneras lo mataron.

Habiendo formado a su batallón al centro del pueblo, el general Torres envió la primer avanzada.

Al poco rato, al grito de “¡Viva Cristo Rey!” se escuchó la balacera.

Dicen los que vieron que, sólo regresaban los caballos, algunos traían al jinete arrastrando del estribo.

El general Torres no dejó de enviar soldados, así estuvieron hasta el alba, cuando el general reconoció su derrota. Fueron cerca de trescientos hombres los que perdió.

Se tocó retirada, no se rescataron cuerpos, era más la apuración de salir del lugar.

Aunque el general Torres ordenó a un pequeño grupo de soldados que le quedaba seguir a los cristeros, no consiguió nada. Los rebeldes que conocían muy bien el terreno, descendieron la montaña con rumbo a Santa Gertrudis. Se cuenta que algunos de los saldados que los iban siguiendo, se unieron a los cristeros.

Mientras tanto, el general Enrique Torres, llegó a Talpa con lo que quedaba de su ejército, la mayoría heridos o moribundos.

El curato se habilitó como hospital, donde falleció el resto de la tropa. Por vergüenza no enterraron los cuerpos en el panteón, sino en el curato.

Hace algunos años todavía era fácil encontrarse rifles, casquillos, sables y hasta huesos; hoy sólo quedan testigos mudos: grandes rocas que sirvieron de escondite y protección a los cristeros.

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